MI MIRADA EN LA TUYA


MI MIRADA EN LA TUYA
Gianni Colombo

En los orígenes de la propia identidad
Todo ser humano en el momento del nacimiento adquiere automáticamente un apellido, Qué indica su pertenencia a una familia y señala la continuidad de la transmisión de un patrimonio genético, afectivo, económico… de generación en generación. Los padres eran quienes le pongan un nombre que lo identifique en su individualidad. En el propio nombre se refleja la inucidad de toda persona, llamada a realizar su originalidad en el enlace de múltiples relaciones familiares y sociales.
Entre los antiguos romanos habían dicho nomen est omen, es decir, el nombre expresa el auspicio, el augurio, el presagio, la expectativa que los padres tienen para el recién nacido. Según la cultura bíblica el nombre indica a menudo de la designación divina para una misión determinada y ardua. Aunque nuestra cultura el nombre ha perdido ese valor de significado, y está más ligado a tradiciones locales o a modas pasajeras, constituye, sin embargo, un llamado a la diversidad que acompaña la fisonomía de toda persona. Con el nombre y apellido todo ser humano se reconoce individuo irrepetible y, al mismo tiempo, ubicado en una cornisa familiar imborrable.
Adquirir la conciencia de la propia identidad y descubrir las raíces de sus sucesivos desarrollos es un empeño de toda la vida. Un empeño que abre Horizontes de estupor y de maravilla. Los que se persiguen y se entrelazan la alegría y el sufrimiento, la esperanza y la fatiga del devenir de lo que somos hoy.
No se agota nunca la tarea de conocerse a sí mismos. Incluso después de análisis atentos y minuciosos, toda persona sigue siendo en gran parte un misterio para sí misma. Es largo y ese camino para descubrir y Vivir la propia identidad, la propia unicidad, e igualmente es largo el camino para conocer al otro. Más aún, el pleno conocimiento de sí mismo si el reconocimiento del otro en su alteridad se llama recíprocamente.
 Cada uno construye la propia imagen a partir de la imagen que los demás le envían con las palabras y con las actitudes. Sólo gradualmente se llega a ser capaces de conocerse con base en la experiencia que se tiene de sí mismos y entrando en un contacto íntimo con la propia identidad. Se pasa por falsas imágenes de sí, que derivan de irreales desvalorizaciones o de ilusorias exaltaciones, hasta cuando se llega a apreciarse y estimularse en términos reales, reconociendo serenamente limitaciones y cualidades. Pasar de la identidad impuesta desde afuera construir sobre ilusiones la identidad real y auténtica es la condición para desarrollar una personalidad armónica, libre de desviantes alineaciones.
Hay momentos privilegiados que permiten una profundización del conocimiento que tenemos de nosotros mismos, un desarrollo más claro de nuestra identidad: el encaminamiento y el desarrollo de una experiencia de amistad y de amor son momentos de Gracia que revelan rasgos desconocidos de la propia personalidad y la de los demás.
En efecto, toda historia de amor entre un hombre y una mujer comienza con una mirada de reconocimiento, una sonrisa de acogida, una emoción que suscita el encuentro de historias personales. Dos historias llenas de ambientes familiares y sociales, de encuentros y de acontecimientos más o menos significativos, de aspiraciones y de metas soñadas, de recursos y esperanzas puestas en un futuro rico de promesas. Cuanto más el encuentro se transforma en relación estable, tanto mayor se vuelve la exigencia de conocer los caminos que cada uno ha recorrido hasta ese momento, el individual, las contramarcas que han contribuido a definir el Mosaico de los rostros actuales. La progresiva revelación de confiada acogida y de Serena confianza presume y va acompañada de un profundo conocimiento de sí mismos.

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